Lo que ha
estado sucediendo en Alemania se acerca cada vez más a niveles de distopía. Cuatro ataques en una sola
semana. Cuatro. Y mientras los medios de comunicación y las elites europeas continúan
enterrando la cabeza como avestruces para
mantener sus sueños e ideologías intactos, uno no puede evitar pensar en qué
momento reventara todo violentamente.
En toda
Europa se han formado movimientos que buscan una restricción, o reducción, en
el asentamiento de los mahometanos. Pero estos han sido ignorados, dejados de
lado, o proactivamente silenciados. Curioso es que, entonces, en el espacio de
unos cuantos días, veamos un guerrero santo manejando un camión en Niza y un asesino
explosivo en Alemania, sin olvidar a dos practicantes de machetería. Pero la mayoría
de la población parece aceptar todo silenciosamente. ¿Por qué?
Con el
colapso de la monarquía en Alemania tras la Primera Guerra Mundial, y la sucesiva
desgracia de la República de Weimar, el alemán común se encontraba frente
terribles, y atemorizantes, disyuntivas provocadas por la derrota y el nuevo régimen
republicano. Y dichos miedos lo llevaron directamente hacia el Nacional
Socialismo. En este artículo no busco examinar al Tercer Reich, ni evaluar cuál
era la situación en Alemania durante los doce años de ese régimen. Pero si quiero
reflexionar acerca de lo que vino después. Y ahora es muy obvio para quien
quiera ver que el adoctrinamiento consumista-liberal ha tenido muchísimo más éxito
que el ministerio de Goebbels o las cárceles de la Stasi. Al pueblo alemán – de
hecho a partes enormes de la Europa Occidental – se les ha lavado el cerebro
para que deseen dejar de existir.
La insensibilidad
que predomina es tal vez el indicador más claro de todo esto: cuando un ataque
ocurre una torrencial de pésames, y apoyo moral es el resultado. La bandera del
país afectado es ubicua en las redes sociales y en shows de luces. “Oraciones”
son omnipresentes – a qué demonio o a qué político, aun no sé. Osos de peluche,
flores, y velas se ven por todos lados. Y de ahí, nada; todo pasa al olvido.
Uno no cuestiona lo que los medios narran, ni la validez de lo que es “correcto,”
ni el valor de lo que se va perdiendo. Enjuagar, lavar, repetir: la reacción perfecta
para una sociedad comercial, y olvidadiza.
Por otro
lado, al defender todo lo que sea europeo, o alemán en este caso, uno encontraría
inmediatamente miradas incrédulas, y hasta de sospecha. Se asume que cualquier
tipo de orgullo patriótico en Alemania ha de derivar del Nazismo y esto, hasta
ahora, evita que se tengan cualquier tipo de discusiones lógicas y sensibles
sobre inmigración o la implementación de políticas que no sean zurdas. La esvástica
se ha convertido en un medio para callar a la oposición. Y peor aún, sin ayudar
mucho, tenemos a los grupos que infantilmente se enorgullecen de esos pocos años,
sacrificando milenios de tradición y alimentando a los cuentos
republicanos. En pocas palabras, el
Nacional Socialismo parece ser la tapa del ataúd en el que se enterrará al
pueblo alemán bajo la avalancha mahometana. Todos sus logros culturales, políticos,
militares, todo será olvidado y abandonado, por 12 años de un régimen revolucionario.
Sin
embargo, creo firmemente que una Alemania renaciente, que tenga orgullo y tenga
presente sus orígenes triunfaría sobre la crisis actual relativamente rápido.
El mismo pueblo que detuvo el avance romano, restauró al Imperio en el
Occidente, le dio al mundo Pachelbel, Beethoven y Bach, defendió Viena de los
turcos, e hizo que toda Europa tiemble durante su unificación bajo un Káiser sería
mucho, mucho más hábil que la alfombra de entrada en que Merkel los ha
convertido para recibir a los “refugiados.” Solo cuando
el pueblo alemán reencuentre su historia, su fe, y a ellos mismos, solamente en
ese entonces ya no tendrán miedo de decir Deustchland
uber Alles con confianza. Pero cuando sea que eso ocurra, esperemos que no
sea demasiado tarde.
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