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viernes, 29 de julio de 2016

Deutschland unter alles


Lo que ha estado sucediendo en Alemania se acerca cada vez más a niveles  de distopía. Cuatro ataques en una sola semana. Cuatro. Y mientras los medios de comunicación y las elites europeas continúan enterrando la cabeza  como avestruces para mantener sus sueños e ideologías intactos, uno no puede evitar pensar en qué momento reventara todo violentamente.

En toda Europa se han formado movimientos que buscan una restricción, o reducción, en el asentamiento de los mahometanos. Pero estos han sido ignorados, dejados de lado, o proactivamente silenciados. Curioso es que, entonces, en el espacio de unos cuantos días, veamos un guerrero santo manejando un camión en Niza y un asesino explosivo en Alemania, sin olvidar a dos practicantes de machetería. Pero la mayoría de la población parece aceptar todo silenciosamente. ¿Por qué?

Con el colapso de la monarquía en Alemania tras la Primera Guerra Mundial, y la sucesiva desgracia de la República de Weimar, el alemán común se encontraba frente terribles, y atemorizantes, disyuntivas provocadas por la derrota y el nuevo régimen republicano. Y dichos miedos lo llevaron directamente hacia el Nacional Socialismo. En este artículo no busco examinar al Tercer Reich, ni evaluar cuál era la situación en Alemania durante los doce años de ese régimen. Pero si quiero reflexionar acerca de lo que vino después. Y ahora es muy obvio para quien quiera ver que el adoctrinamiento consumista-liberal ha tenido muchísimo más éxito que el ministerio de Goebbels o las cárceles de la Stasi. Al pueblo alemán – de hecho a partes enormes de la Europa Occidental – se les ha lavado el cerebro para que deseen dejar de existir.

La insensibilidad que predomina es tal vez el indicador más claro de todo esto: cuando un ataque ocurre una torrencial de pésames, y apoyo moral es el resultado. La bandera del país afectado es ubicua en las redes sociales y en shows de luces. “Oraciones” son omnipresentes – a qué demonio o a qué político, aun no sé. Osos de peluche, flores, y velas se ven por todos lados. Y de ahí, nada; todo pasa al olvido. Uno no cuestiona lo que los medios narran, ni la validez de lo que es “correcto,” ni el valor de lo que se va perdiendo. Enjuagar, lavar, repetir: la reacción perfecta para una sociedad comercial, y olvidadiza.

Por otro lado, al defender todo lo que sea europeo, o alemán en este caso, uno encontraría inmediatamente miradas incrédulas, y hasta de sospecha. Se asume que cualquier tipo de orgullo patriótico en Alemania ha de derivar del Nazismo y esto, hasta ahora, evita que se tengan cualquier tipo de discusiones lógicas y sensibles sobre inmigración o la implementación de políticas que no sean zurdas. La esvástica se ha convertido en un medio para callar a la oposición. Y peor aún, sin ayudar mucho, tenemos a los grupos que infantilmente se enorgullecen de esos pocos años, sacrificando milenios de tradición y alimentando a los cuentos republicanos.  En pocas palabras, el Nacional Socialismo parece ser la tapa del ataúd en el que se enterrará al pueblo alemán bajo la avalancha mahometana. Todos sus logros culturales, políticos, militares, todo será olvidado y abandonado, por 12 años de un régimen revolucionario.

Sin embargo, creo firmemente que una Alemania renaciente, que tenga orgullo y tenga presente sus orígenes triunfaría sobre la crisis actual relativamente rápido. El mismo pueblo que detuvo el avance romano, restauró al Imperio en el Occidente, le dio al mundo Pachelbel, Beethoven y Bach, defendió Viena de los turcos, e hizo que toda Europa tiemble durante su unificación bajo un Káiser sería mucho, mucho más hábil que la alfombra de entrada en que Merkel los ha convertido para recibir a los “refugiados.” Solo cuando el pueblo alemán reencuentre su historia, su fe, y a ellos mismos, solamente en ese entonces ya no tendrán miedo de decir Deustchland uber Alles con confianza. Pero cuando sea que eso ocurra, esperemos que no sea demasiado tarde.

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