Camilo de
Lelis nació el 25 de Mayo de 1550, en el pintoresco pueblo de Bucchianico, en
el reino Habsburgo de Nápoles. Siendo hijo de un oficial militar, heredó el carácter
fuerte de su padre, el cual junto con su estatura de más de dos metros, lo tenía
insatisfecho con la vida de su pueblo natal.
Tras la
muerte de su madre – y a la edad de 16 – se enlistó en los ejércitos de la
Republica de Venecia, junto con su padre. Aunque esta trayectoria lo llevó a
combatir contra los franceses en ciertas ocasiones, sin lugar a duda, el
momento estelar de su carrera militar fue la guerra turco-veneciana de 1570,
que empezó con la invasión otomana de Chipre ese mismo año.
Después de
terminado el conflicto, Camilo regresó a casa, herido en la pierna, y acompañado
de su padre, que ya anciano y enfermo, falleció poco después. Sin compañía
alguna, el veterano, aun con menos de veinticinco años, cayó en vicios y se volvió
un apostador, poco antes de convertirse en un mendigo. Para empeorar las cosas,
la herida que tenía no sanó completamente, y por lo contrario, se infectó, dejándolo
cojo.
Sin
embargo, un día, mientras pedía limosna en la iglesia local, Camilo se encontró
con un hombre que prometió encontrarle un trabajo. Días después, empezó a laborar
en el monasterio Capuchino local como albañil y llevando el tren de mulas de
los monjes a Roma. Fue en ese entonces que uno de los sacerdotes entabló
conversaciones acerca de su fe, y le urgió que se convirtiera. No tomó mucho tiempo:
deslumbrado, Camilo se convirtió y se volvió un miembro de la Iglesia. Tenía 25
años.
Pero su nueva
fe estaba a punto de ser probada. Lleno de devoción, intentó ingresar a la
orden a la orden Benedictina, pero fue rechazado por su falta de estudios y su
cojera. Decepcionado, se fue a Roma a buscar un tratamiento y fue admitido al hospital
de Santiago. Mientras tanto, continuó con un estilo de vida bastante riguroso,
que incluía penitencias, y simultáneamente entabló una amistad con un sacerdote
local, el padre Felipe Neri.
A pesar todo,
era incapaz de cubrir los gastos de su tratamiento, por lo que comenzó a
trabajar en el hospital, cuidando personalmente a muchos pacientes que padecían
de enfermedades terminales. Al hacer esto, se percató del maltrato, y hasta
abuso que muchos recibían. Ya que en ese entonces, varios de los enfermeros
eran criminales que trabajaban en los hospitales como parte de sus condenas,
tal situación no parece dudosa. Sin embargo, Camilo, el exsoldado, estaba
horrorizado. Pidió y peleó por un cambio en la situación, y por eso fue
despedido. Determinado más que nunca a establecer su propia comunidad religiosa
con el fin de ayudar a los enfermos, regresó al monasterio Benedictino con una donación
de un amigo romano, y empezó sus estudios.
Pero una
vez más el destino le fue adverso, tal como suele ser con los hombres de bien.
Su herida se infectó nuevamente, y lo obligó a regresar al hospital. Fue solo después
de arduas negociaciones y hasta plegarias por parte de amigos que fue aceptado nuevamente.
Y una vez más, Camilo tuvo que trabajar, y soportar el maltrato de pacientes en
silencio, para poder cubrir sus gastos. Pero no se rindió.
Retomó sus
estudios en la universidad Jesuita de Roma, y fue ordenado por Thomas Goldwell,
el último obispo Católico de Gran Bretaña. No le tomó mucho tiempo reunir un
grupo de seguidores, retirarse del hospital de Santiago, mudarse al hospital
del Espíritu Santo, y confirmar su congregación con el papa Sexto V. Los
integrantes de la Orden de Camilo – autoproclamados “Siervos de los Enfermos” –
portaban una cruz roja en sus capas negras para, en las palabras del mismo
Camilo, ahuyentar al demonio.
Continuó
con su labor por muchos años, mientras alentaba a los otros integrantes y
voluntarios de la Orden a considerar el hospital como una casa de Dios, y a no
ser reacios a pasar tiempo con los enfermos y los moribundos. Pero a pesar de
todos sus esfuerzos, aún era tan solo un hombre. Cuentan que en una ocasión cuando
estaba listo para rendirse, oyó una voz que le decía claramente desde su
crucifijo: “Esta es mi obra, no la tuya.”
Camilo de
Lelis murió el 14 de Julio de 1614, con su Orden floreciendo en toda Italia, y
fue canonizado por el Papa Benedicto XIV en 1746. Su tumba se encuentra debajo
del altar mayor de la Iglesia de Santa María Magdalena en Roma.